Comentario
La crisis comenzó a atajarse con planes de emergencia, planes de ajuste y estabilización, destinados a sanear la economía y a reformar el Estado. Inicialmente se trató de planes muy heterodoxos, como el Plan Austral, el Plan Cruzado o el Plan de Emergencia, ensayados respectivamente por Argentina, Brasil y Perú en 1985, que después del éxito inicial volvieron a la conocida senda de la inflación y la recesión. El ajuste comenzó a dar resultados apreciables en México y Chile, y más tímidamente en Bolivia. Más recientemente Colombia, Venezuela y Argentina comenzaron a cosechar éxitos en sus políticas de estabilización macroeconómica. Sin embargo, se observa cada vez con mayor intensidad que la solución a los problemas actuales es mucho más fácil de hallar si se abren las puertas a procesos de integración subregional. El momento actual es crucial y el éxito de las políticas económicas dependerá en gran medida de la coherencia y la firmeza de las medidas adoptadas y de su aplicación sistemática durante una serie continuada de años, evitándose los continuos vaivenes que caracterizaron la historia económica latinoamericana.
Las primeras experiencias de integración regional tuvieron lugar a comienzos de la década de 1950. En 1951 se firmó la Carta de San Salvador, que dio lugar a la Organización de Estados Centroamericanos (ODECA). En 1960, Argentina, Brasil, México, Paraguay, Perú y Uruguay firmaron el tratado de Montevideo, del que surgió la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), a la que se incorporaron Colombia y Ecuador en 1961. Su principal objetivo era eliminar todos los derechos aduaneros y los recargos a la importación en el comercio efectuado entre sus miembros en un plazo de doce años, pero la propuesta terminó en el fracaso. Posteriormente surgieron otros organismos, como la Asociación de Libre Comercio del Caribe (CARIFTA), en 1965; el Pacto Andino (Acuerdo de Cartagena), en 1969; el Sistema Económico Latinoamericano (SELA), en 1975, con la participación de todos los países de la región. Pero todas estas organizaciones tenían un contenido fundamentalmente económico y fracasaron ante el peso de las políticas proteccionistas de cada país, contradictorias con el integracionismo. Los intentos realizados se limitaban a contactos en la cumbre, pero sin contenido ni continuidad.
Esas tendencias a, la integración resurgen hoy con nuevas fuerzas, nuevas fórmulas y nuevos modos, abandonando la improvisación y el voluntarismo del pasado. Esto ocurrió con la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), surgida en reemplazo de la ALALC. También hemos asistido en los últimos años a una progresiva sustitución del multilateralismo por el subregionalismo, como se observa en el Mercosur (Mercado Común del Sur), un intento de crear un vasto mercado que reúne a Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, y al que se pretende vincular en un futuro próximo a Chile y Bolivia; o los tratados de libre comercio que negocian Chile, México, Colombia y Venezuela. Las fórmulas de apertura, alentadas por la Iniciativa de las Américas del presidente George Bush, superan el marco latinoamericano, siendo el ejemplo más claro el Acuerdo de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (NAFTA) firmado por México. Si en el pasado la autarquía había sido la garantía del crecimiento, hoy se vuelve al mercado, al libre comercio, a la apertura internacional y al fomento de la competitividad. Los contactos entre los presidentes latinoamericanos y sus ministros se multiplican y se crean órganos de coordinación entre los segundos escalones de la administración y los técnicos.
La principal característica de los años 80 fue el estancamiento y la inflación, una coyuntura que agravaba los efectos del subdesarrollo regional. Después de la Revolución Cubana, la culpa del atraso económico y el subdesarrollo se endilgó a las multinacionales y al imperialismo. Las distintas versiones de la teoría de la dependencia, junto con el estructuralismo de Raúl Prebisch y de la CEPAL, se dedicaron a analizar y a denunciar tal estado de cosas y plantearon algunas de las posibles soluciones. El subdesarrollo y sus causas estaban directamente vinculados a la posición subordinada (dependiente) de la economía de los países latinoamericanos al capitalismo internacional. Si bien no todos los dependentistas pensaban que la revolución socialista era la panacea, coincidían mayoritariamente en la existencia de causas estructurales y en la necesidad de reformas profundas.